Todo comenzó un Diciembre un tanto extraño. Por aquel
entonces yo no pasaba frío, pues alguno brazos me daban calor, pero sin
siquiera preverlo, me solté de ellos para quedarme en los tuyos. Nunca pensamos
que pudiera ser posible, dos personas opuestas con mucho en común que pudieran
estar así, buscando ambos un aire que nos faltaba cuando nos encontrábamos.
Diciembre dejó paso a
Enero, un Enero solitario en el que en frío inundó cada recoveco de mi
habitación. Para mediados de Febrero, quizás fuera el 14, conseguiste que todo
el frio se derritiera, trayendo la dulce primavera a nuestro interior.
Los meses siguientes
fueron confusos, quizás nuestra felicidad no era la misma y las confusiones se
sucedieron unas a otras, como las hojas que caen de un árbol cuando llega el
otoño. Íbamos en contra del mundo. Pasé mucho tiempo sin verte, no te pude
hacer soplar unas velas por Mayo, ni te pude dar un dulce para celebrarlo, pero
yo no me daba por vencida.
Sin quererlo, hicimos de Julio un Diciembre. Sabía que todo
era complicado, pero ahí estábamos, atrás el paso de los meses la esencia no
había cambiado. Me regalaste tu sonrisa y locura, me liabas,… ¡Cómo me
liabas! Y todo parecía perfecto, un
secreto oculto entre nuestras sabanas.
Y ya llegó Agosto, dichoso mes. Cuando él se vaya tú te iras
con él, y yo me quedaré aquí en las misma cuidad, rodeada de la misma gente,
pero sola, sola y sin ti, buscando alguien que no seas tú y que me de algo
parecido al calor que habíamos hecho explotar entre mis sabanas.
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